Durante más de dos siglos, para los miembros más conservadores de la iglesia católica, Voltaire ha sido poco menos que un monstruo motejado de Anticristo, un ser pernicioso, ateo, iconoclasta y amoral. Por otra parte, ya desde sus tiempos, los verdaderos agnósticos no le perdonaban su firme creencia en Dios, sus devaneos con la Iglesia en momentos cruciales de su vida, su ambigüedad al referirse al tema de Cristo, etcétera. Para otros más, especialmente los masones, Voltaire es un verdadero héroe, el paladín de su lucha contra el poder terrenal de la Iglesia. Como siempre ocurre, todas estas visiones encierran algo de verdad, sin ser verdadera ninguna de ellas.
En las Homilías toca cuatro temas (el ateísmo, la superstición, y la interpretación del Antiguo y Nuevo Testamento) que por aquellos tiempos acaparaban la atención del filósofo; prueba de ello es que varias de las reflexiones que aparecen en los discursos se repiten, casi textualmente, en el Diccionario Filosófico que publicó en 1768.
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